Nuestro trabajo, que a menudo se vuelve cansador y complicado, algunas veces nos permite experimentar alegrías que son difíciles de imaginar en otro ámbito. El otro día tuve una de ellas, que quisiera compartir con todos ustedes.

La historia comienza siete años atrás, en el 2002, año difícil si los hubo. Por esos tiempos no abundaba el trabajo, y una de las salidas laborales que conseguí fue hacer algunas remodelaciones de halles de edificios. En oportunidad de estar trabajando en el hall de un edificio sobre la Av. Rivadavia, en Caballito, conocí al matrimonio Cantelmi, que habitaba allí; una pareja muy amable, quienes me contaron su intención de construir una casa en su campito en Entre Ríos, para mudarse allí luego de su jubilación, y me encargaron el proyecto de dicha casa.

Eran mis primeros años en la profesión, y encaré el proyecto con entusiasmo; los datos de trabajo que tenía eran solamente unas fotos de campo y horizonte sin ondulaciones visibles, y no muchos árboles, es decir, no había mucho de qué agarrarse en el entorno más que el horizonte mismo. Por lo demás, había una fuerte condicionante “tecnológica”, puesto que no iba a realizar la dirección de la obra, y esta se realizaría con mano de obra no calificada: la casa debía ser de ladrillo y techo de chapa, y la documentación fácil de interpretar y llevar a cabo. Los primeros dos anteproyectos fueron aceptados con entusiasmo y rechazados luego por diversas razones. El tercero, ya contemplaba mejor los deseos de los Cantelmi (sin dejar de lado ciertas experimentaciones proyectuales), y fue aceptado, convertido en proyecto ejecutivo, y entregado.

Luego de esto, les perdí el rastro a los Cantelmi, no tuve más comunicación con ellos, así que no supe a ciencia cierta si la casa se había realizado o no. En realidad, no sabía tampoco muy bien dónde quedaba el terreno, en qué parte de Entre Ríos, así que luego de unos años no pensé más en el asunto.

La cosa es que el otro día, viajando hacia Corrientes por la ruta 12, distraído en el asiento de acompañante de la camioneta de mi amigo Javier, ví en un campito, una casa que me llamó la atención. Recordaba haberla visto en algún lado, pero no sabía dónde, y tardé unos segundos en darme cuenta de que era la casa de los Cantelmi. Mi compañero de viaje me hizo caso luego de algunos gritos de “¡pará, pará!”, sin entender lo que pasaba. Me bajé de la camioneta, cámara en mano, y sin estar seguro aún por completo, atravesé la tranquera hasta la casa, y toqué timbre para que me abriera una sorprendida y como siempre amable señora Cantelmi.

De más está decir que me hicieron recorrer toda la casa, me acompañaron mientras la fotografiaba, divertido, y hasta me invitaron a quedarme a comer algo con ellos, cosa que no pude hacer en ese momento. El proyecto sufrió varias modificaciones, pero la casa mantenía un clima y un espíritu, incluso algunos detalles constructivos en las ventanas, que me llenaron de alegría para proseguir mi viaje un rato después, pensando cuántas posibilidades puede haber de que uno se cruce, sin pensarlo, con una casa que proyectó hace años, en el medio del campo… Pequeñas delicias de nuestra profesión.

Arq. Nicolás Arrúe.